A pesar
de que la sociedad española es bastante desconocedora de lo que concierne a nuestro
trabajo, ha habido en los últimos años un creciente interés por él. Esto hace
que cualquier científico se encuentre en situaciones de ocio en las que el tema
gira en torno a en qué consiste su trabajo y por qué lo hace y para qué sirve. Mientras
que, por un lado, agradecemos enormemente el positivo cambio ocurrido respecto
al acercamiento del público a la ciencia, por otro lado, a veces quedamos hasta
los mismísimos de hablar de ella. Me explico:
Como he
contado en otra ocasión, los científicos nos dedicamos a este trabajo por una
cuestión de amor al conocimiento. Este conlleva una dedicación tan completa que
existen momentos, sobre todo en la fase final del doctorado, en el que no
sabemos pensar en otra cosa que no sea el laboratorio. Sin embargo, eso no
significa que nos apetezca hablar toooodo el día de ciencia. Muchas veces, al
salir del laboratorio, lo único que quieres es desconectar la mente del todo,
quedarte en blanco o emborracharte hasta olvidar tu nombre (en situaciones de
alta frustración). No es raro, sino común, que haya investigadores notables enganchados a
programas de televisión estilo Gran Hermano o similares (yo, por mi parte,
prefiero una maratón de películas de Bruce Willis y varios kilos de comida
basura). Por lo general, nos pasamos el día (nuestra jordana laboral suele
rondar las 12 horas diarias) rodeados de científicos hablando de lo jodidos que
estamos; así que cuando estamos en un evento social, especialmente si no hay
compañeros del gremio entre los asistentes, no queremos hablar de ciencia.
El
problema de hablar de ciencia fuera de nuestro ámbito es, sobre todo, un
problema de la falta de cultura científica de nuestra sociedad, unido a un
segundo problema que es la mediatización mediocre de la misma. En condiciones
normales, aprenderíamos así:
- Oímos algo sobre un tema.
- Recibimos una educación o aprendizaje sobre ello, aumentando nuestro conocimiento en mayor o menor medida.
- Con este conocimiento, conseguimos distinguir lo que es verdad de lo que no sobre ese tema.
- Opinamos.
Dado
que la cultura científica es algo casi inexistente en España, que ahora está de
moda decir que nos interesa mucho la ciencia y que a los españoles nos gusta
más opinar que a Juanele un cubalibre, esto es lo que soléis hacer los no científicos:
- Oís algo sobre ciencia en la tele/lo leéis por internet/os presentan a alguien que se dedica a esto.
- Opináis sin saber de qué están hablando.
- Os explican de qué va el tema.
- Escucháis atentamente pero con vuestra idea ya en la cabeza y bien amarrada ahí.
- Volvéis a opinar lo mismo que antes.
- Bucle infinito.
Esto es
aplicable a escenas en las que alguien me intenta convencer de que la
homeopatía funciona, de que todos los científicos somos unos malos malísimos
que torturan a los animales o de que me he ido a hacer el postdoc fuera sólo porque
los recortes científicos me han obligado. Con algunas personas he tenido
conversaciones de una hora entera explicándoles (con esquemas y todo) que aquí
no hacemos magia, que la cura de una enfermedad no aparece al grito de
“¡Eureka!” mirando el microscopio, sino tras DÉCADAS de investigaciones
independientes de miles de científicos a nivel mundial, de las cuales el 90%
acaban en callejones sin salida; conversaciones que terminan con un: “Entonces,
tú quieres curar el infarto de miocardio, ¿no?” Pues no, lo que quería era poder
terminar esta copa sin darme cuenta de que te importa un pijo lo que te acabo
de contar, anda. Y si ya el experimento que he dejado corriendo en el labo y
que tengo que ir a terminar mañana domingo a las 10 a.m. me sale, cojonudo, una
semana de puta madre.
El
cabreo máximo llega cuando alguien te dice que le encanta lo que haces y
diatriba sobre ello durante horas, utilizando frases paracientíficas dignas de
Cuarto Milenio, o diciendo que lo saben porque tienen un amigo que es
científico (luego les preguntas que en qué centro está, o de qué va su tesis o
su proyecto y no tienen ni idea; pero tener un amigo científico es el comodín
para opinar sobre ciencia. Es el nuevo “yo tengo un amigo informático que sabe
un montón”). Y con el tema de la crisis todo el mundo se hace eco de los
recortes en ciencia, qué mal está todo para vosotros y tal; pero realmente nadie
sabe cómo estaba antes (igual de jodido con algo más de dinero, pero que no
revertía sobre nuestras condiciones salariales sino sobre los proyectos).
Hay
otro caso que yo entiendo perfectamente pero me da mucha pena, y es el del
conocido al cual un familiar ha sido diagnosticado de una enfermedad y viene a
preguntarte, porque eres científica y a lo mejor sabes si se está investigando
sobre ello, o si conoces alguna cura o si tienes una segunda opinión. Me duele
en el corazón decirles a estas personas que no puedo ayudarles, decirles que no
puedo darles más esperanzas para su padre enfermo de cáncer, para su hermana
con una trombosis, para su primo con hipertrofia cardiaca por hacer mucho
deporte. No puedo hacer nada, ni recomendarles a nadie, porque mi mundo es la
pipeta y estoy muy lejos de la gente que se dedica a salvar vidas, y eso me
parte el corazón.
Así que
por favor, pensaros muy bien lo que nos queréis contar, preguntar o compartir.
No todo es opinable ni solucionable ni te lo puedo explicar mientras me tomo un
café contigo antes de entrar al cine. Si quieres saber de Ciencia, de mi vida,
por favor: no me hables de ciencia. Escúchame hablar de ciencia. Con paciencia
y la mente abierta. Y nunca cuando me veas cara de querer desparramar.
Porfi.
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