lunes, 30 de noviembre de 2015

NO ME HABLES DE CIENCIA, POR FAVOR


A pesar de que la sociedad española es bastante desconocedora de lo que concierne a nuestro trabajo, ha habido en los últimos años un creciente interés por él. Esto hace que cualquier científico se encuentre en situaciones de ocio en las que el tema gira en torno a en qué consiste su trabajo y por qué lo hace y para qué sirve. Mientras que, por un lado, agradecemos enormemente el positivo cambio ocurrido respecto al acercamiento del público a la ciencia, por otro lado, a veces quedamos hasta los mismísimos de hablar de ella. Me explico:

Como he contado en otra ocasión, los científicos nos dedicamos a este trabajo por una cuestión de amor al conocimiento. Este conlleva una dedicación tan completa que existen momentos, sobre todo en la fase final del doctorado, en el que no sabemos pensar en otra cosa que no sea el laboratorio. Sin embargo, eso no significa que nos apetezca hablar toooodo el día de ciencia. Muchas veces, al salir del laboratorio, lo único que quieres es desconectar la mente del todo, quedarte en blanco o emborracharte hasta olvidar tu nombre (en situaciones de alta frustración). No es raro, sino común, que haya investigadores notables enganchados a programas de televisión estilo Gran Hermano o similares (yo, por mi parte, prefiero una maratón de películas de Bruce Willis y varios kilos de comida basura). Por lo general, nos pasamos el día (nuestra jordana laboral suele rondar las 12 horas diarias) rodeados de científicos hablando de lo jodidos que estamos; así que cuando estamos en un evento social, especialmente si no hay compañeros del gremio entre los asistentes, no queremos hablar de ciencia.

El problema de hablar de ciencia fuera de nuestro ámbito es, sobre todo, un problema de la falta de cultura científica de nuestra sociedad, unido a un segundo problema que es la mediatización mediocre de la misma. En condiciones normales, aprenderíamos así:
  1. Oímos algo sobre un tema.
  2. Recibimos una educación o aprendizaje sobre ello, aumentando nuestro conocimiento en mayor o menor medida.
  3. Con este conocimiento, conseguimos distinguir lo que es verdad de lo que no sobre ese tema.
  4. Opinamos.

Dado que la cultura científica es algo casi inexistente en España, que ahora está de moda decir que nos interesa mucho la ciencia y que a los españoles nos gusta más opinar que a Juanele un cubalibre, esto es lo que soléis hacer los no científicos:
  1. Oís algo sobre ciencia en la tele/lo leéis por internet/os presentan a alguien que se dedica a esto.
  2. Opináis sin saber de qué están hablando.
  3. Os explican de qué va el tema.
  4. Escucháis atentamente pero con vuestra idea ya en la cabeza y bien amarrada ahí.
  5. Volvéis a opinar lo mismo que antes.
  6. Bucle infinito.

Esto es aplicable a escenas en las que alguien me intenta convencer de que la homeopatía funciona, de que todos los científicos somos unos malos malísimos que torturan a los animales o de que me he ido a hacer el postdoc fuera sólo porque los recortes científicos me han obligado. Con algunas personas he tenido conversaciones de una hora entera explicándoles (con esquemas y todo) que aquí no hacemos magia, que la cura de una enfermedad no aparece al grito de “¡Eureka!” mirando el microscopio, sino tras DÉCADAS de investigaciones independientes de miles de científicos a nivel mundial, de las cuales el 90% acaban en callejones sin salida; conversaciones que terminan con un: “Entonces, tú quieres curar el infarto de miocardio, ¿no?” Pues no, lo que quería era poder terminar esta copa sin darme cuenta de que te importa un pijo lo que te acabo de contar, anda. Y si ya el experimento que he dejado corriendo en el labo y que tengo que ir a terminar mañana domingo a las 10 a.m. me sale, cojonudo, una semana de puta madre.

El cabreo máximo llega cuando alguien te dice que le encanta lo que haces y diatriba sobre ello durante horas, utilizando frases paracientíficas dignas de Cuarto Milenio, o diciendo que lo saben porque tienen un amigo que es científico (luego les preguntas que en qué centro está, o de qué va su tesis o su proyecto y no tienen ni idea; pero tener un amigo científico es el comodín para opinar sobre ciencia. Es el nuevo “yo tengo un amigo informático que sabe un montón”). Y con el tema de la crisis todo el mundo se hace eco de los recortes en ciencia, qué mal está todo para vosotros y tal; pero realmente nadie sabe cómo estaba antes (igual de jodido con algo más de dinero, pero que no revertía sobre nuestras condiciones salariales sino sobre los proyectos).

Hay otro caso que yo entiendo perfectamente pero me da mucha pena, y es el del conocido al cual un familiar ha sido diagnosticado de una enfermedad y viene a preguntarte, porque eres científica y a lo mejor sabes si se está investigando sobre ello, o si conoces alguna cura o si tienes una segunda opinión. Me duele en el corazón decirles a estas personas que no puedo ayudarles, decirles que no puedo darles más esperanzas para su padre enfermo de cáncer, para su hermana con una trombosis, para su primo con hipertrofia cardiaca por hacer mucho deporte. No puedo hacer nada, ni recomendarles a nadie, porque mi mundo es la pipeta y estoy muy lejos de la gente que se dedica a salvar vidas, y eso me parte el corazón.

Así que por favor, pensaros muy bien lo que nos queréis contar, preguntar o compartir. No todo es opinable ni solucionable ni te lo puedo explicar mientras me tomo un café contigo antes de entrar al cine. Si quieres saber de Ciencia, de mi vida, por favor: no me hables de ciencia. Escúchame hablar de ciencia. Con paciencia y la mente abierta. Y nunca cuando me veas cara de querer desparramar.


Porfi.

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